Cantabria canta con brío. Aunque los historiadores no puedan darme la razón, de ahí su nombre. El territorio cántabro es una canción entonada en verde prado y piedra caliza, compuesta por artistas de hace más de 14.000 años, interpretada por un coro perenne de vacas, caballos y montañas como titanes. Cantabria canta con brío, porque tiene una voz profunda e histórica.
En el año 2015 tuvimos la suerte de permanecer allí en dos ocasiones, ambas veces bajo el cobijo de nuestro gran amigo Bernar Caldevilla y de sus padres Mari y Francisco. Fue en Zurita, en el bello Valle de Piélagos. La primera vez, tal vez demasiado fugaz, tuvo lugar en Mayo; la segunda, en la que ejercimos de granjeros, agricultores y hasta ganaderos, se desarrolló entre Julio y Agosto. Entramos en Cantabria seducidos por los bellos paisajes, una atmósfera cargada de oxígeno puro y las milenarias pinturas rupestres… Salimos de allí con la nostalgia del que ha encontrado un hueco limpio entre tanto humo, con la tristeza de dejar atrás un pequeño zoológico amigo, con la alegría de saber que allí siempre tendremos un cálido rincón.
Cantabria debería empezar por el principio, por su más ancestral pisada en la Humanidad: la Cueva de Altamira. Gracias a que en 1879, la hija de Marcelino Sanz de Sautuola, gran aficionado a la arqueología, gritó aquello de “¡Mira, papá, bueyes!”, hoy la Historia del Arte tiene un digno principio. Cuna de la Pintura, Capilla Sixtina del Cuaternario, la Sala de los Policromos deslumbra: el carbón vegetal y el óxido de hierro bailan en esta orgía de color del Paleolítico… Desde muy pequeño, cuando me hipnotizó por primera vez el pasado remoto, la prehistoria supuso una pasión difícil de explicar. Aún con dientes de leche, solo soñaba con desenterrar huesos de mamuts, pintarrajear pinturas rupestres y, ¿por qué no decirlo?, montar en Tyranosaurio. Para mí, Altamira era un destino claro en mi carrera. Pero la cueva original, tan expuesta al corrosivo aliento turista, solo abre sus puertas a 5 personas al día, escogidas bajo sorteo estricto desde el año 1982. ¡Solo 8.500 al año! El día de nuestra visita, el destino no parece ser favorable, y hemos de contentarnos con la visita a la Neo Cueva, una réplica exacta que sí abre sus puertas a todos. Animado y positivo, ya que hablamos de una rigurosa reproducción elaborada milímetro a milímetro a imagen y semejanza de la original, esta vez tengo la suerte de ser un visitante selecto. Gracias a mis dibujos y a mi cuaderno de viaje, paso a solas e incluso se me señala aquello que más merece un dibujo. Agradezco a todos los amigos del Museo de Altamira (en especial a Constantino) el amistoso trato recibido. ¡Gracias! También la Noche de los Museos celebrada al día siguiente, en la que se iluminó la Neo Cueva con lámparas de tuétano, tal como hacían nuestros ancestrales antepasados, fue especial y memorable.
Dejando atrás los tiempos prehistóricos, pero muy cerca en el espacio, Santillana del Mar se alza con espléndidos ladrillos románicos, y nunca se indigna ante la acusación de ser la ciudad de las tres mentiras. Y es que Santillana del Mar, que ni es santa, ni es llana, ni tiene mar, se basta con lo que lleva puesto para agradar a la vista y llenar el resto de la mañana. Su Colegiata de Santa Juliana lo deja claro; y el Museo y Fundación del escultor Jesús Otero; incluso el temible Museo de la Tortura de “El Solar”, lugar al que uno entra con curiosidad y sale para siempre. ¡Baste con imaginar para qué sirven las tenazas arrancapezones! En la huída hacia los bosques, tal vez podamos reparar en las anjanas, los oricuernos y los trastolillos que ríen con nuestras peripecias. Que no los veamos no significa que ellos no puedan vernos a nosotros.
Santander, la capital, bebe olas del Mar Cantábrico, usando como cáliz la Playa de El Sardinero. Luce un sofisticado traje de edificaciones modernas. Ciudad elegante y principesca, por cabeza tiene una pequeña península coronada con el Palacio de La Magdalena. También la curiosa Playa del Camello, el Muelle de las Carabelas y un desafortunado zoo merecen un paseo atento. Antes de regresar a Zurita, pasando bajo el lujoso arco del Banco de Santander, tapeamos en el Mercado del Este. Ir sin hambre, eso sí, puede ser la perdición. Allí se cena incluso después de cenar.
Tal vez el más altivo orgullo cántabro esté vestido de montañas calizas. Los Picos de Europa, que ponen un pie en Asturias y otro en León, pero que se asientan aquí, vuelven tan insignificantes a los seres humanos, que es inevitable pensar en lo diminutos y caducos que somos. Aquí todo es mil veces más colosal, longevo e incorruptible. Todo es puro. Nada es humano. Salvo, claro está, algunos irreductibles oasis para el espíritu, como es el caso de la pequeña Iglesia Santa María de Lebeña, custodiada por la original Virgen de la Buena Leche (que una vez fue raptada durante 8 años, y que jamás cesó, pese a ello, de amamantar a su niño de madera). Este pequeño templo mozárabe del siglo X, que ni árboles ni piedras ensombrecen, conserva dos símbolos en honor de los Condes de Liébana, sus constructores: el Tejo del Norte y el Olivo del Sur. Fue, además, la primera iglesia española con pilares compuestos cruciformes. En su interior, como bien lo explica la simpática guía María Luisa, todo es revolucionario: la Virgen saca pecho, San Roque enseña pierna y el Niño Jesús dice “OK” con su único dedo sano. Quien no lo crea, allí tiene un lugar donde saciar su curiosidad.
Sobre los hombros de los Picos de Europa, destaca la kilométrica cola para subir al teleférico de Fuente Dé. Llegar allí significa esquivar concentraciones comarcales de ganado y gigantescos almuerzos a base de garbanzos y carne en bruto. A los pies de los picos crece Potes, pueblo donde se realizó el célebre manuscrito del Beato de Liébana. Aquí se vende crema de orujo de todos los sabores imaginables (de no ser así, seguro que tendrán una botella a la venta el año que viene). El lugar se mezcla tan bien con la naturaleza, que uno no sabe donde empiezan las casas y acaba el campo, ni si el río pasa por el pueblo o el pueblo pasa por el río. Además de la tierra que sale hacia el exterior del mundo, como es el caso de este macizo montañoso, no se puede dejar de hablar de la tierra que se adentra en el interior del mundo, ya que Cantabria es rica en cuevas. Aunque no llegamos a visitar la famosa Cueva de “El Castillo”, cerramos nuestra primera visita a la provincia haciendo espeleología en la Cueva de “El Soplao”, donde las estalactitas nunca caen hacia abajo. Tras el silencio de un ritmo marcado por el gotear milenario, salimos a la luz, deslumbrándonos del todo por la belleza de Bárcena Mayor, uno de los pueblos más bonitos de España.
La segunda visita a Cantabria comienza con un curso intensivo como granjeros. Nuestra misión: cuidar la casa de nuestros anfitriones durante más de dos semanas, incluyendo un huerto, cinco vacas, un burro, doce pollos, siete gallinas, una perra, una gata, un pececillo y nuestra propia tortuga. Como en el Arca de Noé, debemos tratar que todo este zoo siga respirando cuando sus verdaderos amos lleguen de un viaje a Costa Rica. La receta para lograrlo es levantarse todos los días muy temprano (las vacas hacen las veces de despertador), repartir 50.000 gramos de forraje fermentado, dar de comer pienso y agua a los pollos y las gallinas, recoger los huevos y alimentar a la fiel perra Duba y al gracioso gato Gris. Mientras tanto, el olor a bilis desprendido por el forraje no se quitará jamás. Cuidar del huerto no es labor diaria, pero si larga y cansada: regar las zanahorias, las judías verdes y rojas, los tomates, los puerros y acelgas, el brécol y las berzas, las lechugas, las alubias, las cebollas, las coliflores, las calabazas y los calabacines. Sobrevivir sin que te pique una avispa es todo un mérito. Y pese a lo aparentemente duro de toda la labor granjera, cambios así siempre son buenos para el alma y nocivos para el tedio. Gracias a vecinos leales como David, además, aprendimos incluso a poner una ordeñadora a una vaca, o a tratar a su ternerilla de apenas 24 horas de vida. Lolo, por su parte, nos enseñó que los cántabros usan cachabas y no bastones, y que los tomates de su huerta eran más sabrosos.
Alejándonos de Zurita y la vida en la granja, Comillas brinda la posibilidad de apreciar la obra de toda una generación de arquitectos y escultores, ya que la ciudad sirvió a finales del siglo XIX como tuvo de ensayo del movimiento modernista. Aquí se clava la Fuente de los Tres Caños del gran Lluís Domenech i Montaner, y en el Cementerio, el Ángel Exterminador de Joan Martorell dirige a vivos y muertos a golpe de espada. Incluso el Palacio de Sobrellano, que dio la bienvenida a la Revolución Industrial siendo el primer edificio español en usar luz eléctrica, impone respeto. Pero la flor única y deslumbrante de este jardín, una de las obras maestras tempranas del genio Antoni Gaudí, es sin duda la Villa Quijano, más conocida como El Capricho. Iluminada por este astro de la arquitectura, regada con su ingenio visionario, no debe pisarse Cantabria sin otorgarle una visita como ofrenda. El concuñado del Marqués de Comillas, Máximo Díaz de Quijano, contrató al inexperto arquitecto por recomendación de su propio maestro, el mencionado Martorell. Puesto que era aficionado a la música y a la naturaleza, la edificación late a ritmo del pentagrama y vive al compás de los girasoles que cubren sus azulejos. Pero la génesis de esta casa, que ese año 2015 cumplía 130 años, fue muy triste. Tras dos años de construcción que no llegó a finalizarse, el promotor pidió entrar a vivir inmediatamente, nada más llegar de su estancia en Cuba. Murió al poco tiempo, tras caer enfermo, sin haber llegado a conocer nunca al creador de su florida tumba.
En la Iglesia Parroquial de San Critóbal, todos los Veranos desde hace ya más de una década, el brillante Ara Malikian demuestra a pinceladas de violín que Comillas también es música. Acompañado por el cellista Serguei Mesropian y por la Joven Orquesta Sinfónica “Ciudad de Moscú”, guía mi mano dibujante con su portentosa versión del Concierto para Violín de Khachaturian. En general, esta es fecha musical para Cantabria, que también nos deleita con enérgicas bandas sonoras en el Palacio de Festivales de Santander; o con la bella Noa Lur y la Big Band Santander, esta vez en el Festival de Verano de Camargo y con aroma a jazz. Y por supuesto, entre vacas y pollos, sacamos tiempo también para el séptimo arte, escapando al autocine de Torrelavega alguna que otra noche.
Nuestra osada vida granjera, tan animalística pero luego ociosa, irónicamente nos permite visitar el zoológico más famoso de esta parte del país. El Parque de Cabárceno es un gran ejemplo a seguir, ya que permite a cada especie vivir en enormes recintos naturales, y en amplia libertad. La visita, que puede realizarse en coche, permite disfrutar de un entorno salvaje pero nunca hostil, a la vez que evita que los animales se vean demasiado expuestos al turismo incesante. Incluso la exhibición de leones marinos, o de aves rapaces, son didácticas y se realizan con ánimo ecologista. Enseñan a los jóvenes a valorar el ecosistema y corrigen los vicios más erróneos de las generaciones pasadas. Todo un logro que no está reñido con el espectáculo ni con la diversión. ¡Así se hace!
Decir adiós a todo esto, sobre todo a nuestro zoo propio, con el que tan familiarizados estábamos, no fue fácil. Pero mucho peor fue subir a la Sierra de los Hombres mochila a la espalda, cámara en mano y cuaderno de dibujo en la otra, tratando de seguir el paso de El Tigre de Zurita, Jesús Crespo, nosecuántas veces campeón nacional de carreras de montaña… No porque no pudiera subir junto a él… Sino porque no supe bajar. Pisando una piedra, mientras una vaca tudanca miraba, caí con todo mi peso sobre mi propio tobillo, haciéndome un esguince que desde el Camino de Santiago andado en el 2008 no había vuelto a incordiar.
Cantabria canta con brio. E hincha los pulmones con el perfume del campo y el mejor aire montañés. Y empapa las mentes con una cultura rica, a veces tan vieja como nosotros mismos. Y llena las barrigas con estupendos potajes, sabrosos solomillos y ricas cremas de orujo. E ilumina los corazones con la amistad de sus grandes gentes. Y muy de vez en cuando, sí, inflama los tobillos con un merecido esguince.
Pablo Morales de los Ríos
6 de Marzo de 2016
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Páginas: 66
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que interesante publicación el color y los dibujos concuerdan muy bien aunque no lo leí me intereso cuando lo vi en el in el loquillo si .